Nicodemus Martimar

Alguna vez, Rimbaud sentó a la belleza sobre sus rodillas... y la encontró amarga (un soir, ja’i assis la Beauté sur mes genoux, et je l’ai trouvée amère). Entonces, la insultó, el maldito.

¿Tenía razón en hacerlo?

Sí, por supuesto. Sí, en pleno siglo XIX.

Imagínate: eres un genio adolescente, aplaudido por el mismo Baudelaire y amado por Verlaine. ¿Cómo no escribir de ese modo, cómo no escupir sobre la anquilosada y petulante burguesía, que se creía dueña de la verdad estética?

Este místico en estado salvaje, como lo llamó Paul Claudel, tenía 18 años cuando compuso Una temporada en el Infierno. La misma edad que hoy (20 de diciembre de 2005) tiene Nicolás Martínez Marentes, guitarrista de The Lyria, además de hijo de una escritora (Gabriela Marentes Garza) cuya exquisita singularidad fue premiada en Alemania hace algunos años; e hijo también de Octavio Herrero, miembro fundador de sí mismo y espléndido guitarrista de Las Señoritas de Aviñón (no las de Picasso sino las de Robert Johnson, Willie Dixon, Thelonius Monk y Miles Davis, entre otros padres de chicas tan lindas).

No soy, ni por asomo, Baudelaire. Sucede, sin embargo, que le llevo a Nicolás la misma distancia en años que había entre Rimbaud y el autor de Las flores del mal. Por eso, porque soy un viejo de buen olfato, digo que en Belleza, de Nicolás Martínez, está la semilla de Rimbaud.

La busqué y la esperé, aun sin conocerla;
la encontré y fueron flores en la primavera,
la tomé con el fin de apropiar belleza,
y la dejé con el cerdo que está sobre de ella
.

No quiero cometer la vulgaridad y la torpeza de desentrañar la fuerza de estos cuatro versos (explicar la letra de una buena canción es como explicar un chiste o el truco en un acto de magia). Sólo digo que tales versos logran contar una historia y describir un estado de ánimo. Acaso haya que corregir la métrica, lo que modificará incluso la elección de algunas palabras; pero así, en bruto, son muy buenos. The Lyria (la banda a la que pertenece Nicolás), tiene otras cosas, y musicalmente prefiero Z, pieza instrumental mucho más atractiva en su sonido, en sus armonías y en su atmósfera; pero Belleza tiene una letra que logra apuntar hacia el corazón colectivo. Por eso, estoy seguro de una cosa: quien la escuche o la lea, vivirá la ternura del deja vu.

NOTA. Después de escribir lo anterior, el mismo Nicolás me baja de la nube y me advierte que mi entusiasmo por su canción puede caerse muy fácilmente. Sucede que el último verso no dice “Y la dejé CON el cerdo que está sobre de ella”, sino “Y la dejé COMO el cerdo que está sobre de ella”.

Al enterarme de esto, me sentí como Tin Tan cuando dice: ¡Ay, perdón, creí que eras Margot!

¡No importa que no sea Margot! La canción sigue funcionando. Es más, el verdadero final la vuelve más tortuosa, más cercana a una canción escrita por Luis Buñuel (aunque es probable que él hubiera utilizado una gallina degollada en vez de un cerdo robusto).

Nicolás afirma que es una canción doble. ¡Sí, por supuesto, y hasta triple, múltiple! En palabras de Umberto Eco, estaríamos ante una canción abierta. De hecho, ahora que sustituyo la preposición por el adverbio… ¡veo dos cerdos y una muchacha!

Por otro lado, el guitarrista de The Lyria me pide que piense en la belleza interior.

Intentaré, Nicolás, intentaré. Pero es que si es sábado y me paseo por la zona de restaurantes de la Condesa (Michoacán), se me aparecen –sin yo pedirlo- mujeres hermosas que –aburridas de la asepsia y la blancura familiar- han bajado de Bosques de las Lomas a hacerse novias de algún mestizo y entonces siento que en mí anidan los tres cochinitos, con todo y el Lobo Feroz. ¡Y cataplum, me vuelvo ciego ante cualquier posibilidad de belleza interior! Pero te prometo que buscaré esa belleza interior. Seguro existe... en alguna parte.

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