El espejo roto

Palabras pronunciadas el viernes 18 de enero de 2008,
durante el Homenaje a Gerardo María Aguilar Tagle en Ruta 61.



Mamá, ¿dónde escondiste a mi hermano?
¿Y dónde te escondiste tú?
¿A qué estamos jugando?
¿Por qué me he quedado ciego, de repente?
Tengo miedo.

El pasado 21 de diciembre (2008), Gerardo María, mi hermano, mi gemelo precioso, mi amigo, mi héroe, mi diálogo, mi vida, tuvo la ocurrencia de modificar ligeramente su constitución atómica para reintegrarse a un complejo universal donde la conciencia parece no tener cabida, al menos la conciencia individual formada y sostenida por una serie de neurotransmisores con un centro de control llamado encéfalo...

Y si existe algo como una Conciencia Universal capaz de funcionar sin energía bioquímica, ni metabolismo celular ni reacciones neuronales, si existe, digo, esa Cosa Omnipotente y Eterna, ese Pajarito Mandón del que hablaba Cortázar, ese Tribilín Metafísico al que muchos insisten en considerar Dios; si existe ese Coágulo Infinito de Caprichos Truculentos, digo, de eso sólo puedo decir, como Voltaire, que su indolencia y su desprecio por el sufrimiento humano lo vuelven mierda divina, detritus teológico, Caca Grande a la que no pienso dirigir una sola plegaria por el Eterno Descanso de Nuestro Señor Gerardo, cuya vida siempre será mucho más importante que su muerte.

Y es precisamente para eso que estamos aquí: para demostrar con hechos y presencias que un hombre como él sigue vivito y coleando en el amor apasionado de Marugenia, su mujer (a quien se entregó en cuerpo y alma durante los últimos treinta años); en la veneración absoluta de sus hijos Gerardo y Alejandra (dos ejemplos claros de cómo el hippismo, el gauchismo y la gitanería son fuentes naturales de belleza e inteligencia); en la rabia enternecedora de sus siete hermanos; en la tristeza amarga de todos sus amigos; en sus dibujos, en sus canciones, en su bondad irresponsable, en su desparpajo cotidiano, en su pasión escandalosa por lo minúsculo y hasta por lo imperceptible…

Cierta noche de 1964, cuando apenas había yo consiliado el sueño, Gerardo encendió la luz de la habitación y me despertó con el típico susurro del chingaquedito:

-Tino, Tino, ¿sabes qué?
-¿Qué?
-Que entré al baño y me encontré un periódico.

Me mantuve callado y esperé el final de su relato. Pero Gerardo se metió a la cama y no dijo más.

-Lalo, entraste al baño, te encontraste un periódico… ¿y qué?
-No, nada más. Déjame dormir.

Ahí entendí que mi padres habían decidido darme la felicidad complicándome la existencia: Nada mejor para el niño Agustín, para que forje su espíritu, que darle por compañía un espejo viviente y paradójico, como todos los espejos.

Arturo Macías, uno de nuestros amigos hermanos, se la pasó diciendo durante la segunda mitad de los setenta: ¡Pero si son un par de cabrones igualitos! Eso se terminó, querido Arturo: Gerardo y yo dejamos de ser iguales. Él es hoy árbol, nube, agua, pollito, cenizas, whisky, jabón chiquito en hotel de paso, torta de jamón de colegiala morelense, lluvia vespertina en tarde melancólica, todo, todo, todo. Yo, en cambio, como ustedes, amigos y hermanos, soy sólo una ilusión óptica en medio de otras ilusiones ópticas. Y nuestra tragedia cotidiana es la de observar cómo se van diluyendo los espejismos que llamamos familia y amigos. Eso acaba de pasarme a mí: la más hermosa creación de mi mente acaba de desaparecer.

Sin embargo, algo puedo afirmar: me tocó compartir la vida con un niño psicotrópico, con un niño iluminado que siempre encontró entre los pliegues de la existencia motivos para asombrase ante lo pequeño y ante lo que ni siquiera tiene nombre. Dice el italiano Giovan Battista Marino que É del poeta il fin la maraviglia, el fin del poeta es el asombro. Y Gerardo fue, toda la vida, un niño poeta, cuya atención podía dirigirse, un día, hacia las más altas cimas de la filosofía, y otro día hacia el pasmo que produce la belleza de lo invisible. Sin haber leído ni antes, ni entonces ni después a Kant, el niño Gerardo preguntaba al niño Agustín:

-¿Por qué todo y no nada? A ver, dime… ¿por qué todo y no nada?
-Porque Dios, en su infinita bondad, decidió crear el mundo.
-No, Tino, en serio, ¿por qué todo y no nada?

No estoy seguro de poder responderte, gemelo precioso, Quetzalcótal. Yo sólo soy tu hermano ajolote, Xólotl, una criatura a medio hacer. Pero ahora reproduzco una explicación del universo y de la vida, que te va a gustar, Gerardo, como el periódico que encontraste una noche en el baño.

¿Por qué todo y no nada? ¡Porque sí! Además, estoy absolutamente convencido de que ahora tú eres todo, mientras que la nada es esta ilusión de gente que se ha reunido en esta ilusión de lugar para escuchar a esta ilusión de músicos tocar, desde tu totalidad física, tu música y la música que siempre amaste.

No hay mayor dolor, amigos, hermanos, que ver morirse a uno mismo… y seguir vivo. Pero quiero que me ayuden a convertir mi dolor, su dolor, nuestra tristeza por la falta de Gerardo, en música y en amor. Ayúdenme a juntar los pedazos de este espejo roto: somos Gerardo… y juntos podemos reflejarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Dame un beso